(En preparación, por Carlos Morales)
Julio de 1944, en las montañas de Zagubica.
Lo ves, anochece y el barracón, tras el salvaje cerco de roble
que abraza la alambrada, parece flotar, absorbido por la noche.
El marco de nuestro cautiverio lo dibuja lentamente la mirada
y sólo el cerebro, sólo él conoce la tensión del alambre.
Lo ves, mi amor, aquí hasta nuestra fantasía se libera únicamente
de este modo, nuestro quebrado cuerpo lo libera el sueño,
el bello redentor, y el campo de presos se encamina a casa.
Andrajosos y descarnados, desde la cima ciega de Serbia
los presos vuelan roncando hacia el paisaje solapado de casa.
¡Paisaje solapado de casa! Ah, ¿existe aún el hogar?
¿A salvo quizá de las bombas? ¿Está como cuando nos alistaron?
El que gime a la derecha, el que duerme a la izquierda, ¿volverán?
Dime, ¿existe allá aún una patria, donde conozcan el hexámetro?
Sin acentos, palpando a ciegas verso a verso,
así escribo el poema en la tiniebla, igual que vivo,
a tientas, arrastrándome sobre el papel como un gusano;
linterna, libro, todo lo quitaron los guardianes del campo,
y tampoco llega el correo, sólo la niebla cubre nuestro barracón.
Aquí, en los montes, entre rumores e insectos vive el francés,
el polaco, el ruidoso italiano, el serbio disidente, el judío caviloso,
viven, el cuerpo febril hecho pedazos, una misma vida,
aguardan buenas noticias, no las bellas palabras de una mujer
sino las de su liberación,
y aguardan el final, que se precipita en la espesa penumbra, o el milagro.
Heme aquí tumbado en una tabla, cautivo animal entre parásitos, el asalto
de las pulgas se renueva, mas se ha calmado la legión de las moscas.
Es de noche, un día menos, ya ves, de cautiverio
y también un día menos para vivir. El campamento duerme. Bañado
de luna el paisaje, el alambre refulge tenso, y por la ventana,
proyectándose sobre la pared en las voces de la noche,
se ve la sombra de los centinelas armados.
El campo está dormido, lo ves, amor, zumban los sueños,
ronca uno, se sobresalta, se da la vuelta en su angosto espacio,
se duerme de nuevo, brillante el rostro. Tan sólo yo velo sentado,
siento un resto de colilla en mi boca en lugar del sabor
de tus besos y el sueño no acude para dispensar su caricia,
pues sin ti vivir no puedo ya, ni sé morir tampoco…
Otros poemas de
"Séptima égloga" * "Viví sobre esta tierra"
"Marcha forzada" * "No puedo saber"
Otros
©
Herederos de Miklós Radnóti
© De la versión, Carlos Morales y Ed. El Toro de Barro
© De Negra leche del alba, El Toro de Barro.
En caso de reproducción, rogamos se cite la autoría.
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Grandes Obras de
El Toro de Barro
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En un dramático–y real– camino de retorno,
algunos de los 130 niños que sobrevivieron a Auschwitz viajaron de nuevo al escenario de aquel apocalipsis con un grupo
de estudiantes israelíes de secundaria, en el que se encontraban sus hijas. El
encontronazo de dos generaciones distintas con aquella memoria de dolor provocó
una gigantesca catarsis individual y colectiva, cuya historia fue narrada por la psicóloga
infantil Amela Einat en La cicatriz del humo,
Esta novela coral pone de manifiesto las diversas formas de
experimentar la presencia real de aquella tragedia en todas las
generaciones del Israel contemporáneo, de cuyas patologías Amela Einat
es una reputada e innovadora especialista
1 comentario:
Estos textos, Carlos, quitan la respiración. En un gesto persistente de amor, se biografía una tragedia que por innumerable puede convertirse en un número. Y el número jamás podrá atrapar la magnitud del combate que el hombre solitario libra contra todas las muertes que se ensañan contra él. Y por eso siempre hay quien traduce el sentir de quienes no alcanzan la palabra.
Miklos nos muestra la tensión de los alambres como ninguna fotografía podría hacerlo. Recoge en pocos versos a la multitud solitaria que lo acompaña. Y juntos salen en vuelo, liberado del quebrado cuerpo camino a casa, aunque el sueño no acuda a dispensar su caricia. Una casa que permanece más allá de las bombas, del tiempo y la destrucción. La casa donde habita el hombre que no debiera ir jamás a una guerra que no le pertenece, ni ser llevado a los arcones de la muerte. Sin ti vivir no puedo ya, ni sé morir tampoco, concluye Miklos. Y sin duda, la vida se la expropiaron, pero la muerte siempre seguirá en vilo mientras haya un sueño que rescate esa casa del hombre que aún está rodeada de alambradas y de asesinos, aunque ahora sean invisibles y muy difíciles de distinguir. Y la poesía no es más que ese grito que el hombre tiene retenido, al decir de León Felipe, como una estopa en la garganta, aguardando su liberación.
Agrego Carlos que tus traducciones son verdaderas recreaciones, tal vez porque sabes que el dolor es una sola lengua derramándose sobre las palabras necesarias, cualquiera sea su alfabeto.
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