miércoles, 9 de enero de 2013

Helga Schneider, «¡Déjame ir, madre!», por Rafael Narbona




Rafael Narbona

¡Déjame ir, madre!

Los hijos de los criminales nazis



Reseña de
Helga Schneider, Déjame ir.
Trad. Elena Grau. Salamandra, Barcelona 2002.

 

Reseña aparecida en
el 9 de enero de 2003
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No es fácil amar a una madre que ha sido celadora en Auschwitz-Birkenau. Ése es el drama que se plantea Helga Schneider (Polonia, 1937), cuando recibe una carta donde le comunican que su madre, internada en una residencia austriaca, se encuentra gravemente enferma.



El hecho de que la abandonara hace más de cincuenta años para ingresar en las SS, no logra borrar el sentimiento de obligación que experimenta hacia ella. Su ausencia y su participación activa en el Holocausto no han conseguido eliminar el vínculo afectivo. En su caso, las emociones no están ligadas al recuerdo, sino a un vacío que le ha imposibilitado la paz interior y la conformidad consigo misma. Sin embargo, el reencuentro no servirá para mitigar su zozobra. Ni la edad ni la inminencia de la muerte han modificado el punto de vista de una anciana que se vanagloria de haber leído a Kant en la proximidad de los hornos crematorios. Su evocación del régimen nazi está repleta de nostalgia. Durante la conversación con su hija, se encadenan los recuerdos: las visitas a Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, que compartió con ella su intimidad familiar, las arengas del Führer, la utopía de una Alemania abastecida de símbolos paganos, la exaltación de la naturaleza, la recuperación de la mitología nórdica, las runas que sustituían a los tradicionales adornos navideños. Sus ojos, que parecen lanzar “fragmentos de cristal”, no muestran ningún arrepentimiento. La imagen de los niños asesinados, que por efecto del gas se teñían “de un azul casi eléctrico”, sólo despierta en su memoria el malestar de ver incumplido el sueño de un Estado-jardín, exento de judíos y bolcheviques.
Helga Schneider, que introduce en el relato fragmentos del diario de Rudolf Höss e informes sobre los experimentos médicos realizados en Auschwitz, no renuncia a mostrar los aspectos más inaceptables de sus sentimientos. La repulsión hacia lo que ha sido y es su madre, no le impide albergar una ternura irracional hacia ella. “¿Debo avergonzarme si alguna vez el instinto, mi instinto de hija, prevalece sobre las razones de la moral, de la historia, de la justicia y de la humanidad?”. Hay una parte de ella que desaparecerá cuando su madre por fin muera. Es incapaz de discernir qué zonas de su alma están contaminadas por su origen, pero es indudable que el Mal también ha emponzoñado a las generaciones posteriores. Auschwitz es el Mal radical. Su espanto ha malogrado definitivamente las reservas de inocencia de la condición humana. Helga, educada en la disciplina prusiana, recuerda con espanto su participación en el linchamiento de un matrimonio judío. El alma de Europa está corrompida por un pecado imprescriptible, pues los campos de exterminio son el desenlace de nuestra fe en el progreso moral y científico. Los nazis no actuaron por sadismo (“el odio siempre me ha sido ajeno”, escribe Rudolf Höss), sino por el bien de la humanidad. A la luz de este hecho, es inevitable concluir que las utopías totalitarias son incompatibles con la vida y sólo engendran monstruos que, incluso después de su extinción, continúan perviviendo en nuestra memoria como pesadillas recurrentes.
      Hace unos años, Joan Margarit escribió un hermoso libro sobre la muerte de su hija (Joana, 2002). Tal vez sólo haya algo más doloroso: evocar a nuestros seres queridos y descubrir que no hay en ellos nada que justifique nuestro amor.




Artículo publicado en



Grandes Obras de
El Toro de Barro
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edicioneseltorodebarro@yahoo.es

  En un dramático–y real– camino de retorno, algunos de los 130 niños que sobrevivieron a Auschwitz vijaron de nuevo al escenario de aquel apocalipsis con un grupo de estudiantes israelíes de secundaria, en el que se encontraban sus hijas. El encontronazo de dos generaciones distintas con aquella memoria de dolor provocó una gigantesca catarsis individual y colectiva, cuya historia fue narrada por la psicóloga infantil Amela Einat en La cicatriz del humo, Esta novela coral pone de manifiesto las diversas formas de experimentar la presencia real de aquella tragedia en todas las generaciones del Israel contemporáneo, de cuyas patologías Amela Einat es una reputada e innovadora especialista


Amela Einat.



"El Profeta", de Carlos Morales. De su Libro "S". Ilustración Leonardo da Vinci













1 comentario:

Hilda Gadea dijo...

Qué hacer cuando el corazón manda una cosa y la razón otra. Lo cierto es que Helga, seguramente querria a su madre pero al pensar en lo que había hecho se sentía en la obligación de rechazarla. Una situación horrorosa, en la que duele toda el alma, el corazón y la razón