Iam Kershaw
¿Por qué nos sigue obsesionando Hitler?
En
este memorable y polémico artículo publicado en la prensa internacional a
principios de 2003, el prestigioso historiador Profesor de Historia Moderna en
la Universidad de Sheffield y, también, uno de los estudiosos más importantes,
a nivel mundial, de Adolf Hitler. Ian Kershaw, acusa a la industria
cinematográfica y editorial de mantener
artificialmente viva la presencia del Holocausto en nuestra vida cotidiana para
beneficiarse de las expectativas de mercado abiertas por «la macabra
fascinación a que induce por sí misma la estética hitleriana del poder
absoluto».
Artículo de opinión publicado en
el diario EL MUNDO, 30 de enero de 2003.
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Se ha dicho
muchas veces que la tiranía nazi es «un pasado que nunca pasará». Tal día como
hoy hace 70 años, Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania. Apenas unos
pocos supervivientes, y todos ellos ya de una edad muy avanzada, pueden
acordarse de aquel infausto día. Las personas que tan sólo alcanzaron a vivir
los días finales del régimen de Hitler son también muy ancianas. Y, sin
embargo, parece que no pasa un solo día sin que Hitler aparezca en periódicos,
películas y libros, en la radio y en la televisión, penetrando permanentemente
en nuestra conciencia colectiva.
Y éste es un fenómeno que no
ocurre sólo en Alemania, donde se podría esperar, de alguna manera, que Hitler
hubiera dejado una sombra muy alargada, sino también en otros lugares de
Europa, de Estados Unidos y de otras partes del mundo. De hecho, de cuando en
cuando da la sensación de que nos sentimos más poseídos por la Alemania nazi
cuanto más nos alejamos en el tiempo de ella.Y esto es algo que no ha ocurrido
con dictadores como Mussolini, Franco, Mao, Pol Pot o el propio Stalin. A pesar
de lo nauseabundo de sus respectivos regímenes, todos aquellos dictadores han
dejado una huella muy tenue en nuestra conciencia actual. ¿Por qué las cosas
son tan diferentes en el caso de Hitler? La explicación no es demasiado
sencilla.
Parte de dicha explicación se
fundamenta, sin duda, en la propia magnitud del legado de Hitler. Muy pocos de
los observadores que asistieron a su momento de triunfo en 1933 -año en que
logró hacerse con el poder en todo el Estado alemán después de que el partido
nazi hubiera sufrido una severa derrota en las elecciones generales previas-
fueron capaces de advertir el menor indicio de la escalada de calamidades que
se avecinaba. La izquierda interpretó su figura como la de un hombre de paja de
las grandes empresas y presumió que habría de durar muy poco tiempo y que
marcaría el comienzo de una crisis terminal del capitalismo. El Daily Herald,
el diario izquierdista de mayor tirada en Gran Bretaña, llegó a describirle
como un vulgar «payaso».
En los círculos de la derecha
conservadora, Hitler también fue ampliamente subestimado. En un principio, se
pensó de él que «no estaba a la altura de su cargo». Muchos conservadores
llegaron a suponer que pronto dejaría su lugar a quienes siempre habían
ostentado el poder en Alemania. Incluso después de los incidentes de junio de
1934, el Ministerio de Asuntos Exteriores británico temía más al Prusianismo
-el poder de quienes habían llevado a Alemania a la guerra en 1914- que al
propio Hitler. Todos esos errores de interpretación -que estaban basados en
prejuicios y que impidieron que se adoptaran medidas para dar la debida
respuesta a Hitler en aquellos mismos momentos- suenan hoy como algo extraño.
Si nos preguntamos por qué el
nazismo sigue alimentando nuestra imaginación mucho más que los horrores del
estalinismo, lo primero que hay que decir es que ninguna otra dictadura
desencadenó nunca una guerra mundial ni un genocidio comparable. La II Guerra
Mundial configuró el resto del siglo XX y el Holocausto se interpreta hoy como
el episodio más característico de tan macabro siglo.Y la figura de Hitler fue
la auténtica inspiración para ambas tragedias. Pero su legado histórico
-monumental, a pesar de la escalada de perversión que supuso- no explica
totalmente nuestra continua preocupación por el III Reich.
Niño alemán paseando por Bergen Belsen |
De alguna manera, el nazismo
alimenta nuestra imaginación mucho más que el estalinismo o que cualquier otra
forma de dictadura. Mussolini, Franco e incluso Stalin aparecen ante nosotros
como productos, más o menos inteligibles, derivados de sus respectivas
sociedades y de sus sistemas de Estado. Sin embargo, para todos nosotros supone
un verdadero acertijo explicar cómo una doctrina tan devastadora, tan carente
del más mínimo humanitarismo, y un régimen de una brutalidad tan sobrecogedora
pudo llegar al poder en una nación moderna, económicamente avanzada y
culturalmente sofisticada como Alemania. Todo ello despierta un incesante
interés y numerosos interrogantes. Porque detrás de todo ello subyace una
ansiedad perenne: ¿podría ocurrir de nuevo?
Aunque no existe el menor temor
a que el estalinismo pueda volver a despertar ningún atractivo popular, en
nuestro mundo podemos encontrar muchos indicadores de que algunas de aquellas
estúpidas ilusiones que desembocaron en los fascismos de Entreguerras no han
desaparecido en absoluto. Incluso en Gran Bretaña, la preocupación implícita
que existe actualmente tiene menos que ver con una vuelta a fascismos como el
de la Italia de Mussolini que a esa suerte de revitalización del racismo, del
antisemitismo y de la agresión imperialista que siempre se ha relacionado con
la Alemania nazi. En realidad, nunca se dará ninguna vuelta a aquella política
propia de los años 30. Tanto la intolerancia racista como los atávicos
chovinismos nacionalistas no se han erradicado.Y en la Europa del Este son
peores incluso que en la Europa occidental. Pero existen muy pocas
posibilidades, o acaso ninguna, de que esa especie de impredecible -incluso ahora,
en unos momentos en que una nueva guerra está a punto de desatarse- desastre
apocalíptico, extraído del pasado por elementos fanáticos, pueda aparecer de
nuevo en el centro de la escena política europea. Es más probable que, mientras
la seguridad se vea amenazada y crezcan las tensiones sociales, los propios
estados occidentales se conviertan en menos tolerantes y liberales, tal como
podemos apreciar en estos mismos momentos. Pero a pesar de lo desagradable que
pueda resultar algo así y de la mala acogida que se le dispense, eso no les
convierte en estados fascistas.
Si es verdad que la
preocupación por el nazismo que aún se percibe en nuestra sociedad desempeña un
papel muy importante a la hora de que Hitler y su régimen permanezcan como
telón de fondo de nuestra atención, a nuestras mentes podría acudir una
especulación sumamente desagradable. Mientras todas las dictaduras son
regímenes sórdidos, brutales e inhumanos (y ninguno más que el de Stalin), el
nazismo parece, incluso actualmente, estar dotado de un fuerte atractivo
negativo para muchos individuos. Este atractivo representa una estética del
poder absoluto en la que la grandiosidad de la visión del mal induce, por sí
misma, a una compulsiva y macabra fascinación. La sensación de poder perfectamente
orquestado que transmitían las SS marchando durante el desfile de El triunfo de
la voluntad es lícitamente atemorizante, pero la imagen de aquellos presuntos
miembros de una raza superior también resulta tremendamente intrigante. Y es
que la fascinación y la repulsión no son conceptos que estén demasiado alejados
entre sí.
La memoria es, sin lugar a
dudas, otra rama muy importante de la respuesta a nuestro acertijo. La II
Guerra Mundial y el Holocausto dieron lugar a una presencia duradera de
incontables víctimas del régimen de Hitler y de sus descendientes en muchos
países del mundo. Ni Mussolini ni Franco ni siquiera Stalin dejaron tras de sí
un legado internacional de tal magnitud a raíz de sus fechorías. Muchos de los
que sufrieron los rigores de Hitler sienten el deseo de relatar sus propias
experiencias antes de que sea demasiado tarde.
Más allá de la memoria
personal, toda una serie de grandes eventos celebrados durante los pasados años
90 con motivo del 50º aniversario de importantes episodios de la II Guerra
Mundial -el más notable, el de la capitulación alemana, que tuvo lugar en 1995-
reafirmaron aún más la importancia que todavía tiene para la conciencia popular
aquella lucha titánica contra la Alemania nazi.
La conciencia que actualmente existe
en Alemania a propósito del nazismo no tiene nada de trivial. Que ha resultado
imposible desprenderse del fantasma de Hitler es un hecho demostrado en estos
últimos años por los intensos debates públicos que se han dado en los medios
alemanes sobre la complicidad en la comisión de crímenes contra la Humanidad de
soldados que no eran, en absoluto, miembros de las SS o por la cuestión de las
compensaciones a los obreros esclavizados, obligados a trabajar para la
economía de guerra alemana de aquella época. Para los jóvenes alemanes de hoy,
que conviven con una pequeña minoría de neonazis, la II Guerra Mundial no tiene
nada que ver con esa propaganda barata que hizo fortuna a base de eslóganes
como Arrestos y gloria, con los que se intentaba dotar de un cierto glamour a
la guerra de masas. Los que sí estuvieron involucrados en aquellas atrocidades
son sus abuelos.
El portero de noche de Liliana Cavani |
La Historia de la Alemania nazi
todavía interesa, y muy seriamente, a los alemanes. En consecuencia, todos esos
debates, tan frecuentes como agrios, sobre el pasado nazi que se han venido
sucediendo casi sin interrupción desde los años 60 han desempañado un papel muy
importante en la configuración de la conciencia moral y política de la
actualidad. La afirmación de que los alemanes no se han enfrentado jamás a su
pasado nazi no puede ser más falsa. La Alemania democrática de hoy se ha
beneficiado, mucho más que la mayoría de países, de lo que supone aprender de
los errores del pasado.
El pianista |
Nada ha desempeñado un papel
tan importante en relación con el hecho de que Hitler y el nazismo permanezcan
aún bajo escrutinio público que una creciente conciencia sobre el Holocausto.
De manera parcialmente sorprendente, aquella persecución de judíos en la Europa
ocupada tardó mucho tiempo en penetrar en la conciencia pública. Tras el final
de la guerra, la memoria de aquella experiencia era, incluso para muchas de las
víctimas que lograron sobrevivir, demasiado reciente y excesivamente dolorosa
como para revivirla y explayarse sobre ella. El juicio celebrado en Israel
contra Eichmann y el de Auschwitz en Fránkfort atrajeron de nuevo el interés
del público por el Holocausto a principios de los años 60. Pero este interés
había permanecido enclaustrado durante mucho tiempo, reducido exclusivamente a
los círculos académicos y a los supervivientes de la tragedia.
La lista de Schindler |
Esta tremenda deficiencia
comenzó a remediarse a finales de los 70 y principios de los 80. Desde
entonces, los historiadores han dado pasos gigantescos en la investigación de
la política de exterminio y de las comunidades judías que desaparecieron
entonces. El punto de partida para una mayor conciencia de la catástrofe judía
no fue, sin embargo, la obra de los académicos; se debió a una nueva manera de
enfocar el asunto en los medios de comunicación. Un docudrama de la televisión,
realizado en 1976 y titulado simplemente Holocausto, retrataba a la manera de
un culebrón el destino de unos vecinos alemanes y judíos .El producto era de
baja calidad, pero dio lugar -en medio de muchas críticas- a que se despertara
una nueva conciencia pública en relación con el asesinato de los judíos. A esta
serie le siguieron una enorme cantidad de trabajos de todas las clases. Y, más
recientemente, la película La Lista de Schindler ha desempeñado un papel
todavía más decisivo en la expansión de esta misma conciencia a audiencias
mucho más amplias.
El jardín de los Finzi-Contini |
A causa de este interés tan
ampliamente extendido por la figura de Hitler, los editores siempre están
dispuestos a publicar libros sobre estos temas, puesto que saben que se venden
muy bien. Y los periodistas, a su vez, también están dispuestos a escribir
artículos porque saben que las revistas desean publicarlos. Además, los
productores de televisión quieren rodar documentales y películas sobre este
mismo tema porque saben que existe una importante audiencia para ellos. Algunos
arcanos, como los aspectos más característicos de la parafernalia militar o las
sórdidas especulaciones (ahora, prácticamente inexistentes) sobre la vida
sexual de Hitler se airean sólo para el consumo público. Los nazis son un buen
negocio. Póngase una esvástica en la portada de una revista o de un libro y
éstos se venderán. Y todo ello no significa sino que el III Reich sigue
presente en el ánimo de la gente. Y, en consecuencia, la espiral continúa. Los
medios de comunicación de masas explotan ese mismo interés, a menudo tan
espeluznante, que ellos mismos, y en primer lugar, ayudaron a crear.
Vencedores y vencidos |
¿Supone esto algún perjuicio?
En primer lugar, debemos reconocer el inmenso bien que han producido todas
estas investigaciones. Desde 1990, la apertura de los archivos del antiguo
bloque soviético ha permitido un lanzamiento real de las investigaciones sobre
el Holocausto en el Este de Europa. Nos hemos enriquecido en conocimientos y
comprensión del fenómeno.
Elsa Lánger |
Pero existe también un lado
negativo en esta persistente preocupación por Hitler y la Alemania nazi. Y esto
nada tiene que ver con las formas académicas de tratar la Historia y sí con una
trivialización del nazismo en los medios de comunicación. Y toda esa serie
incesante de telefilmes sobre el III Reich ha contribuido en gran medida a
ello. Ciertamente, hay algunos documentales muy importantes y de una calidad
excelente. Pero no perderíamos nada si muchas películas no se rodaran nunca
porque con gran frecuencia no contribuyen a profundizar en la comprensión del
fenómeno. Además, con toda probabilidad, sirven para reforzar los estereotipos
ya existentes y para continuar expandiendo ciertos prejuicios antialemanes.
Guantes de Piel Humana (Teatro, 1978-2009), de Julio Clemente Lourtau |
Así pues, existen numerosas
razones que explican por qué el pasado nazi pervive aún entre todos nosotros.
Pero algún día pasará definitivamente a la Historia. Por muy grande que haya
sido su significación, en algún momento del futuro será posible contemplarlo
con absoluta imparcialidad, de manera muy similar a como hoy en día todos
contemplamos la Revolución Francesa. Sin embargo, ese día está aún muy lejano.
Es muy probable que, dentro de 10 años, cuando se cumpla el 80º aniversario de
la toma del poder por Hitler, estemos preguntándonos todavía: ¿Es que lo de
Hitler no se va a acabar nunca?
Los guardianes de Auschwitz, resarciéndose de su duro trabajo en la fiesta de los infiernos. |
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El Toro de Barro
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|
En un dramático–y real– camino de retorno,
algunos de los 130 niños que sobrevivieron a Auschwitz vijaron de nuevo al escenario de aquel apocalipsis con un grupo
de estudiantes israelíes de secundaria, en el que se encontraban sus hijas. El
encontronazo de dos generaciones distintas con aquella memoria de dolor provocó
una gigantesca catarsis individual y colectiva, cuya historia fue narrada por la psicóloga
infantil Amela Einat en La cicatriz del humo,
Esta novela coral pone de manifiesto las diversas formas de
experimentar la presencia real de aquella tragedia en todas las
generaciones del Israel contemporáneo, de cuyas patologías Amela Einat
es una reputada e innovadora especialista
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