Varsovia |
Pedro G. Guartango
(España, Burgos, 1955)
35 maneras de morir
«Esta noche he visto las botas altas y los uniformes de los guardianes
de Gusen. ¿Dónde están las almas de aquellos niños? ¿Cómo serían hoy de haber
vivido? ¿Qué pasó con sus madres?»
Publicado en el diario El Mundo, el 2 de mayo de 2015
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cabo de volver de Mauthausen y Gusen, dos campos
de exterminio situados en Austria. Allí perdieron la vida unos 100.000
deportados, la mayoría al ser incapaces de soportar las brutales condiciones de
trabajo. Más de 4.000 republicanos españoles murieron en ese lugar y de los
miles de prisioneros rusos queda en el museo un abrigo y... un botón.
La visita a los
crematorios y las cámaras de gas resulta insoportable, pero hay un rincón de un
metro cuadrado en el suelo de Gusen que guarda la memoria de una maldad
monstruosa e inconcebible: el asesinato de 420 niños judíos procedentes de
Hungría en febrero de 1945.
Esos niños
acababan de llegar al campo y fueron gaseados y quemados en una sola noche. No
quedó ni un solo cabello de ninguno de ellos. Su presencia en el mundo es
recordada por un candelabro hebreo, unas piezas de cerámica y unos pequeños
zapatos que apenas emergen de las piedras graníticas.
Esta noche he
visto las botas altas y los uniformes de los guardianes de Gusen. ¿Dónde están
las almas de aquellos niños? ¿Cómo serían hoy de haber vivido? ¿Qué pasó con
sus madres? Son preguntas sin respuesta que ponen en evidencia la barbarie
nazi, la absoluta falta de escrúpulos de aquellos desalmados que se alistaron
en las SS y vendieron su alma al diablo.
Esta noche he
visto las botas altas y los uniformes de los guardianes de Gusen, he
presenciado cómo los niños se desnudaban aterrorizados en la oscuridad y
colgaban su ropa en los percheros y he escuchado sus gritos de desesperada
incomprensión. Y luego las llamas.
No es fácil volver
a la rutina cotidiana y vivir como si no hubiera pasado nada tras pasear por el
cementerio de Mauthausen donde hay 3.000 mujeres enterradas, tras bajar por la
escalinata de granito de la cantera en cuya construcción murieron miles de
deportados o después de asomarse al precipicio desde el que se suicidaron
cientos de presos, llamado cínicamente por las SS el lugar de los
paracaidistas.
En Mathausen se
ven muchas cosas que nadie debería ver y que jamás deberían haber sucedido. Y
te vence esa sensación de maldad que lo impregna todo y se te quitan las ganas
de levantarte de la cama.
Un preso enumeró
las 35 formas de morir en este campo, muchas de ellas, variantes del suicidio.
Y comparaba a los presos de la cantera con Sísifo, condenado a subir todos los
días la misma roca a la cima de la montaña.
Pero Sísifo al
menos había sido castigado por desafiar a los dioses. Los presos de Mauthausen
y Gusen no tuvieron elección. Fueron inocentes que pagaron con su vida la
locura genocida de un régimen que hacía política mediante el asesinato.
No, el mal nunca
es banal. Los nacionalsocialistas eran seres libres que optaron por vender su
alma a un monstruo. Y no merecen ni perdón ni clemencia ni olvido. Si hay
víctimas es porque hay verdugos. Aunque tengan cien años, el peso de la
justicia tiene que recaer sobre esos criminales hasta que no resuciten los
niños judíos asesinados en Gusen.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Carlos Morales del Coso, "Un rostro en el jardín"
Col. Cuadernos del Mediterráneo.
Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000.
edicioneseltorodebarro@yahoo.es |
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