Gertrud Kolmar
(Berlín, 1894 –Auschwitz, 1943)
De la Oscuridad
Traducción de Berta Vias Mahou
(En preparación, por Carlos Morales)
De la oscuridad vengo yo, una mujer.
Llevo
un niño, ya no sé de quién;
en
otro tiempo lo supe.
Pero
no hay más hombre para mí...
Todos
se han hundido a mi paso, como un riachuelo
que
la tierra bebió.
Avanzo
más y más lejos.
Porque
quiero alcanzar las montañas antes de que se haga de día,
y
ya se apagan las estrellas.
De
la oscuridad vengo yo.
Marchaba
sola por oscuras callejas
cuando
de pronto se abalanzó una luz, despedazando con sus garras
la
blanda negrura,
el
leopardo a la cierva,
y
una puerta abierta del todo escupió una espantosa algarabía,
un
griterío salvaje, un aullido animal.
Unos
borrachos se revolcaron...
Todo
esto lo sacudí del borde de mis ropas por el camino.
Y
atravesé el mercado desierto.
Las
hojas nadaban en los charcos, que reflejaban la luna.
Perros
flacos, ansiosos, olisqueaban desperdicios sobre las piedras.
Pisoteadas,
se podrían las frutas,
y
un viejo cubierto de harapos seguía torturando su pobre
instrumento
de cuerda.
Cantaba
en voz baja un desafinado lamento,
sin
ser oído.
Y
aquellas frutas que en otro tiempo maduraron al sol, con el rocío,
aún
soñaban con el perfume y la dicha de la amorosa flor,
pero
el mendigo quejumbroso
hacía
tiempo que lo había olvidado y no conocía ya
más
que el hambre y la sed.
Ante
el palacio del poderoso me detuve en silencio,
y
cuando pisé el escalón más bajo,
el
porfirio rojo carne estalló, partiéndose bajo mi suela.
Me
volví
y
miré hacia arriba, hacia la ventana vacía, la tardía vela del pensador,
que
meditaba, meditaba, y jamás se libró de su pregunta,
y
hacia la lamparilla velada del enfermo que, por supuesto, no estudió
la
forma en la que habría de morir.
Bajo
los arcos del puente
dos
esqueletos horribles se pegaban por el oro.
Yo
alcé mi pobreza como un escudo gris ante mi rostro
y
seguí mi camino sin ser molestada.
A
lo lejos el río habla con sus orillas.
Ahora
tropiezo al subir por el sendero de piedra, recalcitrante.
Los
guijarros, los matorrales de espinas hieren las manos
que
tantean a ciegas:
espera
una gruta,
que
en la más profunda hendidura alberga al cuervo verde metálico,
el
que no tiene nombre.
Entraré
ahí,
me
acurrucaré bajo la sombra de sus grandes alas y descansaré.
Amodorrada
escucharé cómo crece la muda voz de mi hijo
y
dormiré, con la frente inclinada hacia el este,
hasta
la salida del sol.
De
su libro Mundos, Traducido por Berta Vías Mahou, Acantilado, España,
2005, 1º Edición de 1947.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
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Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea” Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed. Tarancón de Cuenca, 2002. PVP 10 euros. |
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