Rafael Narbona
¡Déjame ir, madre!
Los hijos de los criminales nazis
Reseña de
Helga Schneider, Déjame ir.
Trad. Elena Grau. Salamandra, Barcelona 2002.
Reseña aparecida en
el 9 de enero de 2003
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No
es fácil amar a una madre que ha sido celadora en Auschwitz-Birkenau. Ése es el
drama que se plantea Helga Schneider (Polonia, 1937), cuando recibe una carta
donde le comunican que su madre, internada en una
residencia austriaca, se encuentra gravemente enferma.
El hecho de
que la abandonara hace más de cincuenta años para ingresar en las SS, no logra
borrar el sentimiento de obligación que experimenta hacia ella. Su ausencia y
su participación activa en el Holocausto no han conseguido eliminar el vínculo
afectivo. En su caso, las emociones no están ligadas al recuerdo, sino a un
vacío que le ha imposibilitado la paz interior y la conformidad consigo misma.
Sin embargo, el reencuentro no servirá para mitigar su zozobra. Ni la edad ni
la inminencia de la muerte han modificado el punto de vista de una anciana que
se vanagloria de haber leído a Kant en la proximidad de los hornos crematorios.
Su evocación del régimen nazi está repleta de nostalgia. Durante la
conversación con su hija, se encadenan los recuerdos: las visitas a Rudolf
Höss, comandante de Auschwitz, que compartió con ella su intimidad familiar,
las arengas del Führer, la utopía de una Alemania abastecida de símbolos
paganos, la exaltación de la naturaleza, la recuperación de la mitología
nórdica, las runas que sustituían a los tradicionales adornos navideños. Sus
ojos, que parecen lanzar “fragmentos de cristal”, no muestran ningún
arrepentimiento. La imagen de los niños asesinados, que por efecto del gas se
teñían “de un azul casi eléctrico”, sólo despierta en su memoria el malestar de
ver incumplido el sueño de un Estado-jardín, exento de judíos y bolcheviques.
Helga Schneider, que introduce en el relato
fragmentos del diario de Rudolf Höss e informes sobre los experimentos médicos
realizados en Auschwitz, no renuncia a mostrar los aspectos más inaceptables de
sus sentimientos. La repulsión hacia lo que ha sido y es su madre, no le impide
albergar una ternura irracional hacia ella. “¿Debo avergonzarme si alguna vez
el instinto, mi instinto de hija, prevalece sobre las razones de la moral, de
la historia, de la justicia y de la humanidad?”. Hay una parte de ella que
desaparecerá cuando su madre por fin muera. Es incapaz de discernir qué zonas
de su alma están contaminadas por su origen, pero es indudable que el Mal
también ha emponzoñado a las generaciones posteriores. Auschwitz es el Mal
radical. Su espanto ha malogrado definitivamente las reservas de inocencia de
la condición humana. Helga, educada en la disciplina prusiana, recuerda con
espanto su participación en el linchamiento de un matrimonio judío. El alma de
Europa está corrompida por un pecado imprescriptible, pues los campos de
exterminio son el desenlace de nuestra fe en el progreso moral y científico.
Los nazis no actuaron por sadismo (“el odio siempre me ha sido ajeno”, escribe
Rudolf Höss), sino por el bien de la humanidad. A la luz de este hecho, es
inevitable concluir que las utopías totalitarias son incompatibles con la vida
y sólo engendran monstruos que, incluso después de su extinción, continúan
perviviendo en nuestra memoria como pesadillas recurrentes.
Hace unos años, Joan Margarit escribió un hermoso libro sobre la muerte de su hija (Joana, 2002). Tal vez sólo haya algo más doloroso: evocar a nuestros seres queridos y descubrir que no hay en ellos nada que justifique nuestro amor.
Hace unos años, Joan Margarit escribió un hermoso libro sobre la muerte de su hija (Joana, 2002). Tal vez sólo haya algo más doloroso: evocar a nuestros seres queridos y descubrir que no hay en ellos nada que justifique nuestro amor.
Artículo publicado en
Grandes Obras de
El Toro de Barro
PVP: 10 euros Pedidos a:
edicioneseltorodebarro@yahoo.es
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En un dramático–y real– camino de retorno,
algunos de los 130 niños que sobrevivieron a Auschwitz vijaron de nuevo al escenario de aquel apocalipsis con un grupo
de estudiantes israelíes de secundaria, en el que se encontraban sus hijas. El
encontronazo de dos generaciones distintas con aquella memoria de dolor provocó
una gigantesca catarsis individual y colectiva, cuya historia fue narrada por la psicóloga
infantil Amela Einat en La cicatriz del humo,
Esta novela coral pone de manifiesto las diversas formas de
experimentar la presencia real de aquella tragedia en todas las
generaciones del Israel contemporáneo, de cuyas patologías Amela Einat
es una reputada e innovadora especialista
Amela Einat. |
1 comentario:
Qué hacer cuando el corazón manda una cosa y la razón otra. Lo cierto es que Helga, seguramente querria a su madre pero al pensar en lo que había hecho se sentía en la obligación de rechazarla. Una situación horrorosa, en la que duele toda el alma, el corazón y la razón
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