Fernando Navarro
(España)
La responsabilidad
social de oponerse al totalitarismo
(En torno a un poema de M. Niemöller)
¿Cómo fue posible que Alemania y Europa dejaran
que Hitler tomara el poder? Se han dado respuestas de todo tipo: económicas,
políticas y sociales. Por supuesto, hay una base claramente ética. El nazismo
no se “construyó” en dos días. Su forja fue muy prolongada… y mientras tanto
millones de ciudadanos callaron o asintieron.
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Hace
ahora justamente un año, publiqué un Diccionario
Biográfico de Nazismo y III Reich; obra en la que invertí mucho tiempo,
ilusión y energías. Es un libro voluminoso que fui escribiendo poco a poco
durante muchas noches y fines de semana. Cuando me faltaban las fuerzas (y es
algo que me sucedió en bastantes ocasiones) las recobraba mirando una
fotografía terrible y que refleja todo el horror del nazismo. Creo que de las
miles de fotos existentes sobre el holocausto es aquella la peor, la más
terrible y no por lo que muestra sino por lo que oculta. En la fotografía,
encontrada en el “álbum de recuerdos” de un nazi, un SS apunta con su arma a la
cabeza de una madre (en la foto ella está de espaldas al verdugo, encogida). La
madre abraza a una niñita de apenas unos pocos años. Ambas juntan sus caras y
parecen protegerse mutuamente, como tratando de que su aliento y calidez
borrara la inminencia del horror. Al mirar esa foto no puedo dejar de pensar
¿Qué sentía esa madre? ¿Cuál no sería su angustia? La niña, en esa magia
infantil que cree a los padres divinos e indestructibles, quizás pensó hasta el
último segundo “mama me salvará…” Pero ¿Y la madre? Ella si sabía que ambas
habrían de morir, ella si sabía que nada podría hacer por su hijita. ¡Cómo tuvo
que sufrir aquella víctima anónima! Su sufrimiento pervive a través del tiempo y
del espacio por mor de una simple foto, tomada por el cómplice de un asesino.
Quizás porque soy padre no puedo evitar una difusa tristeza cada vez que miro
esa imagen y percibo todo el horror que subyace en ella. Quizás porque soy
padre sufro con aquella familia truncada por uno de los totalitarismos más
sangrientos del siglo pasado y es entonces cuando me vuelvo a preguntar cómo
pudo llegarse a esa situación...
Creo que en gran parte por la ausencia de una
sociedad responsable dispuesta a enmendarle la plana a los vociferantes nazis.
Erich Fromm lo explica muy bien en el capítulo VI de su “Miedo a la Libertad”.
Son muy ilustrativos los versos del valiente
pastor protestante alemán Martin Niemöller, encarcelado por los nazis de 1937 a
1945. Como les sucedió a muchos otros protestantes alemanes, Niemöller
inicialmente simpatizó con los nazis al creer que significaban un resurgimiento
nacional. Su patriótica autobiografía Del U-Boat al Pulpito (1933) fue muy
alabada por la prensa nazi. Niemöller, además, compartía el anticomunismo de
los nacionalsocialistas y su odio por la República de Weimar, a la que el mismo
calificaba de “catorce años de oscuridad”. Sin embargo, a principios de 1934
Niemöller empezó a desilusionarse cuando Hitler inició su política de Gleichschaltung (sincronización). La idea esencial de esa nueva política religiosa
era la “coordinación” de la Iglesia Evangélica para subordinarla a la autoridad
del Estado, algo para lo cual Hitler se apoyó en el Obispo del Reich Ludwig
Müller, un verdadero esbirro a las órdenes del Partido Nazi. Una de las
imposiciones más notables de la Gleichschaltung
nazi a las iglesias protestantes fue el llamado párrafo ario (Arierparagraph)
que excluiría de la iglesia a todo creyente con antepasados judíos. En 1934, y
para proteger a la Iglesia Luterana de esta intrusión estatal en asuntos
religiosos, Niemöller fundó la Liga de Emergencia de los Pastores
(Pfarrernotbud) y asumió junto con Dietrich Bonhoeffer (otro pastor valiente
que pagó con su vida) el liderazgo de la Iglesia Confesional (Bekenntniskirche)
en clara oposición a la nueva organización nazi de los Cristianos Alemanes.
Durante el Sínodo General, en mayo de 1934, la Iglesia Confesional se reafirmó
como la legítima iglesia protestante de Alemania y consiguió atraer a unos
siete mil pastores a sus filas.
Enfurecido por los rebeldes sermones de Niemöller
y por su creciente popularidad, Hitler ordenó su arresto el 1 de julio de 1937.
El 2 de marzo de 1938 Niemöller fue juzgado por un tribunal especial y aunque
fue encontrado culpable de ataques subversivos contra el Estado, la sentencia
fue relativamente suave (siete meses de prisión en una fortaleza y multa de
2.000 marcos). Tras su puesta en libertad fue arrestado de nuevo por orden
expresa de Hitler, pasando los siete años siguientes en los campos de
concentración de Sachsenhausen y Dachau. En 1945, fue liberado por las fuerzas
aliadas.
En su poema se sustenta la verdadera
responsabilidad de los ciudadanos para oponerse a los verdugos y las
consecuencias de no resistirse a las tiranías durante sus primeros intentos
para establecerse. Martín Niemöller, aclaró que no se trataba originalmente de
un poema sino de un sermón para la Semana Santa de 1946 en Kaiserslautern, y
que titulaba así: ¿Qué hubiera dicho Jesucristo? He aquí una de las versiones del
famoso poema (casi siempre es mal atribuido a Bertolt Bretch):
Cuando los nazis vinieron a
llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar
A costa de repetirlo, el poema se ha transformado
en un tópico, efectivamente, pero eso no le resta valor descriptivo en cuanto a
lo que realmente sucedió en la sociedad occidental del primer tercio de siglo
XX. Nadie se tomó en serio las amenazas del nazismo en ciernes y solo unos
pocos valientes y anticipatorios supieron ver lo que escondía la verdad
descarnada del nazismo. Y escribo la “verdad descarnada” con toda la intención,
ya que el nazismo no ocultó ninguna de sus grandes líneas maestras, ninguno de sus
objetivos cargados de nihilismo, resentimiento y destrucción (como tampoco lo
hace hoy el fundamentalismo). En este aspecto el nazismo fue muy “coherente”:
publicaron pormenorizadamente sus planes futuros y los ventilaron sin complejos
en todos los foros posibles, sin demasiado maquillaje, pues desde la
cosmovisión nazi sus principios y valores no eran vergonzantes sino más bien
todo lo contrario. ¿Por qué ocultarlos entonces? Las críticas tuvieron que
haber surgido desde las democracias occidentales pues, al cabo, eran el primer
objetivo a batir por el nazismo en cuanto llegara al poder. Sin embargo, en la
década de los años treinta del siglo pasado, muy pocos estadistas democráticos
supieron interpretar adecuadamente las señales.
Algunos estadistas brillantes y
sensatos como Churchill se atrevieron a alzar la voz contra el nazismo y, sobre
todo, se negaron a contemporaneizar con él. Por ello fueron tachados de
belicistas e intolerantes; y supongo que aquellos hombres llegaron a sentirse
como la legendaria Casandra, aquella hija de reyes troyanos y sacerdotisa del
Templo de Apolo que anticipó la destrucción de su ciudad y sin embargo no
consiguió ser comprendida por sus compatriotas hasta que acaeció la tragedia.
Aquellos estadistas tuvieron que sufrir lo suyo durante años al ver a una
Europa mendicante de una paz (en minúscula) que se anteponía a cualquier cosa,
incluida su propia Libertad (en mayúsculas). La historia ha puesto en su lugar
a aquellas políticas bien pensantes del "apaciguamiento" que, a la
larga, alimentaron y oxigenaron al nazismo y nos llevaron directamente a la
Segunda Guerra Mundial. Que nadie malinterprete estas líneas: afirmar los
valores de la democracia no es compatible con propugnar la guerra preventiva,
ni defender la aberración moral y legal de Guantánamo. Deberíamos ser capaces
de encontrar un “Justo Medio” entre el vicio del apaciguamiento a toda costa y
el vicio del ojo por ojo.
La "banalidad del mal", según la
acertada expresión de Hannah Arendt, cubrió todos los ámbitos de actividad
social en la Alemania nazi y el mundo en guerra. Hubo nazis y simpatizantes del
nacionalsocialismo en casi todos los países europeos, algunos de ellos con una
sólida tradición democrática, como el Reino Unido. Del mismo modo conviene
tener presente que el nazismo no fue solo un movimiento de políticos y
militares. Hubo nazis y opositores al régimen en todos los estratos de la vida
social y profesiones. En mi diccionario biográfico discurren más de medio
millar de vidas (y me he limitado solo a los personajes más relevantes) de
deportistas, exploradores y aventureros, profesores, científicos, filósofos,
religiosos, ocultistas y astrólogos, actores de cine, literatos y poetas,
músicos, pintores y escultores, arquitectos, empresarios y hombres de negocios,
jueces y abogados. Por supuesto, también políticos y militares, Gauleiter,
ministros, SA, SS, de la Gestapo, héroes de guerra, espías, golpistas,
intrigantes, traidores y asesinos.
El nazismo fue mucho más que vida política y
militar. Los trenes cargados de prisioneros nunca habrían llegado a Auschwitz
sin la participación irresponsable y en muchos casos voluntaria de millones de
cómplices, testigos silenciosos y ciegos cumplidores del deber (¡la infame
"obediencia debida"!). El III Reich tampoco hubiera podido existir
sin la inacción y el "apaciguamiento", igualmente irresponsable y
suicida, de las potencias occidentales de la época. Los demócratas sin
complejos deberíamos extraer consecuencias de este tipo de pasividad o apatía
ante el crecimiento de la ideología totalitaria. Los enemigos de la democracia
ni empezaron ni acabaron con el nazismo.
Haber buceado tanto en el fango del nazismo me
instó a dejar patente mi admiración por las vidas y muertes heroicas de muchos
protagonistas de esa época, y también mi repugnancia por las acciones de otros
tantos. El haber tenido que escarbar en tanta miseria y podredumbre espiritual
me dejó el alma atribulada. Es imposible procesar tanto horror, sin empatizar
con las víctimas, sin imaginar qué habría sentido uno al verse sistemáticamente
atacado y vejado por un régimen tan criminal como el nazismo. No sé lo que yo
hubiera hecho ante las circunstancias extremas que tuvieron que afrontar muchos
de estos protagonistas, pero sí sé lo que me habría gustado hacer. Al
profundizar en las vidas de tantas personas que vivieron momentos tan
difíciles, resulta sencillo extraer la verdadera esencia de la virtud y del
vicio, del bien y el mal. Sin relativismos. De este modo, y sin pretender que
estudiar el nazismo sea lo mismo que la lectura de un tratado de filosofía
moral, sí creo que conocer bien ese espanto terrible de nuestra Historia puede
ayudarnos a entender que hay acciones indudablemente buenas y otras
innegablemente malas. Una vez más: no todo es relativo. No olvidemos que la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 tiene su origen y
justificación en los horrores del nazismo.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
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Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea” Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed. Tarancón de Cuenca, 2002. PVP 10 euros. |
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